Lancia Vespolo

Ella era la última mosquito de Lancia vescolo que sobrevolaba la faz de la tierra. Quiso el destino que la especie habitase en Etiopía y que su última representante sobrevolase, en el siglo XVI, sobre una tribu nómada. Tenía ya varios días de larga gestación con varios ejemplares de su especie en el abdomen. Los huevecillos fecundados crecían dichosos dentro de su madre a la espera de ser depositados en un charco de los que la lluvia pintó sobre el paisaje, luego de la larga y asombrosa sequía que había aniquilado a todos los mosquitos de su especie.

El Lancia vescolo era el vector portador del herpes plasmático, una enfermedad destinada a aniquilar a la especie humana. La última esperanza de Dios luego de haberse dejado conmover en el diluvio para salvar a Noé y los suyos.

No era ajena, la mosquito, a que su estirpe estaba destinada a grandes cosas sobre la faz de la tierra: sus hijos, nietos, bisnietos y demás eliminarían al humano, salvando así a tantas especies de la extinción. Los elefantes no tendrían ya, por tanto, que preocuparse de exhibir sus largos colmillos.

Gozosa, se sentía bendecida para salvar al planeta, orgullosa de haber cuidado tan bien a sus huevos. Había picado ya a varias ratas, no sin alto riesgo, pero victoriosa. Se había asegurado ya de haber adquirido el virus como ritual consagratorio y pensó que picar a un humano dejaría en sus retoños l gusto por la sangre de esa especie. Sobrevolaba la cabeza ebria de un anciano, quiso rezar antes de colocar el huevo y tal vez ese fue su error. Giró alrededor de la cabeza del anciano mientras realizaba cánticos y alabanzas agudas que alertaron el cerebro del viejo. Pensaba ella en cuántos machos y hembras había, ¿serían suficientes para repoblar la faz de la tierra?; pensaba que el primero en salir sería una larva hermosa que crecería y sería un zancudo poderoso, líder del nuevo clan. Poderoso, él preñaría a la mayoría de las hembras. Un manotazo interrumpió la visión y el anciano se dio la vuelta. Tenía una pequeña gran mancha de sangre oscura en la palma de su mano y pesaba con el peso de todos los elefantes de la tierra.

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