Tormenta

Las tormentas en esta época del año

Las tormentas en esta época del año

Todos estaban a la orilla de la acera esperando ver pasar la vuelta ciclística. Raquel se abrió camino entre el tumulto y logró entrar en la comandancia. El alcalde se puso de pie y le señaló con la mirada la celda del fondo; ella sacó un pañuelito para limpiarse las lágrimas, mientras el alcalde abría la celda. Ahí está. Raquel guardó el pañuelo. ¿Cómo pasó? El alcalde, miembro del partido conservador, levantó los hombros y la frente con indiferencia. Un rayo, estaba ahí sentado y le cayó encima. Pero, ¿adentro de la celda? Usted sabe cómo son las tormentas en esta época del año. Raquel observó el cuerpo de su esposo, lo más raro de todo fue que el rayo le había entrado por el pecho y salido por la espalda formando un pequeño agujero como de bala. Lléveselo, no queremos pendejos revolucionarios muertos en nuestras celdas. ¿Pero cómo me lo llevo yo sola? El alcalde se acomodó la visera y le dio la espalda. Ese es su problema. Se fue y los dejó solos en la celda. Ella lo puso sobre una sábana andrajosa que encontró. Vos y tus revoluciones. ¿Cómo me dejaste sola? El muerto la miró con sus ojos cerrados. Fue sin querer, Raquel, ya no lo vuelvo a hacer. Vos callate, muerto odioso.

Raquel lo fue arrastrando como pudo hasta la calle, la gente vitoreaba al primer lugar de la ciclística que iba pasando en ese momento. El ciclista no pudo evitar ver el rostro del muerto que llevaban arrastrado. ¿Es el coronel Octavio Mendiola? Raquel jadeaba. Sí, me le cayó un rayo en la comandancia, ayúdeme a llevarlo.

El ciclista se apeó de la bicicleta, saludó al cadáver. Al coronel lo llevamos como héroe. Detuvo el auto del perifoneo y como no había espacio en la cabina lo acomodó en medio de los altoparlantes. El coronel quedó sentado de manera muy solemne, mirando hacia el público. Gracias, patriota. No faltaba más, mi coronel, viva la revolución.

Una vez acomodado el muerto, el auto arrancó para seguir con la competencia; encendieron el audio previsto para la vuelta final que ya se acercaba.

“La victoria se acerca, ha llegado el momento, reciban con un gran aplauso al gran campeón”. Todos quedaron asombrados de ver al coronel gritando desde lo alto del automóvil, impresionados por su gran pose y el ejército de ciclistas que lo seguían. La cinta continuaba su discurso triunfal. “Vamos pueblo, acompañemos al vencedor, sigámoslo hasta el final”.

La multitud se encendió y gritaba ¡Viva el partido revolucionario, viva! “El momento que tanto hemos esperado, nos acercamos ya, apoyemos a nuestros hombres”.

Hombres, niños y mujeres. Machetes, yoyos y ollas. Todos formaron una columna que escoltaba al ejército ciclista. En la meta, el presidente de turno estaba listo para condecorar al triunfador. El alcalde lo acompañaba. Ya ve, mi presidente, el pueblo se enciende con cualquier cosa y luego se olvida de revoluciones.

“No ha sido fácil, pero hemos llegado hasta el final, viva el campeón, viva”. La gente miraba en lo alto a su coronel. ¡Viva el coronel Mendiola, viva!

El presidente aplaudió a los ciclistas y a la muchedumbre enardecida. Yoyos, ollas, machetazos. Golpes, heridas, derrocados. Saltaron sobre el presidente y lo tiraron al suelo, bajaron al coronel Mendiola del carro de perifoneo y lo nombraron presidente. El muerto agradeció a la multitud un poco atolondrado, pues en el momento de resucitar San Pedro le estaba explicando sobre un plan vacacional todo incluido.

Varios días después, contra una pared y con los ojos vendados, el alcalde sucumbió ante una multitud de rayos que le entraron por el pecho y le salieron por la espalda, dejándole heridas como de bala.

Así son las tormentas en esta época del año.

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