Aquel era un pueblo de gente sencilla y feliz. Un país de naturaleza abundante y maravillas por descubrir. Sin embargo, como en todo país, los gobernantes habían olvidado eso del eterno prestigio, estima y honor. Poder tener un puesto dentro del gobierno era tan solo una oportunidad para poder lucrar más fácilmente desde el lado oscuro de la economía y tener enlaces para futuros negocios, aun cuando ya no se fuera parte de aquel distinguido cuerpo de corrupción.
El pueblo era reconocido como uno de los más felices del mundo. Y las personas eran felices quejándose, felices muriendo de hambre, felices perdiendo sus casas, felices pagando impuestos abusadores. Eran felices vidas vacías, que también olvidaron lo de verás a tu pueblo valiente y viril…