Hoy voy a ser franca, no me gustaría ser Dios y tener que ponerle una fecha de expiración a las personas, a los animales, a las plantas, a los planetas o a cualquier otra cosa de la creación.
Cómo ponerle una fecha de expiración a una abuela, quien no podrá ir a la graduación del kínder de su único nieto, ese pequeñito, que había completado todos los sueños de su existencia.
O ponerle una fecha de expiración a aquella rosa que murió justo cuando necesitaba entregar el mensaje de un amante.
O poner una fecha de expiración a una estrella, justo cuando su luz y calor eran el motor de un planeta, cuyos habitantes y su evolución podrían haber dejado una huella con un legado inigualable a toda la galaxia.
O poner una fecha de expiración a una mascota, justo cuando lo que parecía imposible se podría llamar milagro.