– Aló, Che, ¿me escuchás? Oíme, murió Ramón.
– ¿Ramón? ¿Qué le pasó?
– Che, desde ayer se sintió muy cansado. Dijo sentir su cuerpo pesado y corta la respiración. Pensó que era fatiga. En la noche se levantó, cenó y justo cuando iba a ducharse. Su cuerpo se colapsó, empezó a sangrar por los oídos, los ojos, la nariz y la boca. Su esposa llamó a la línea de emergencias. Por más que trató, no logró salvarlo. La escena fue sangrienta, insuperable, caótica.
– ¡Aló, Che! ¿Estás ahí?
Al otro lado del salón una voz suave y femenina saluda. Ramón padre, con lágrimas en los ojos y casi sin habla, entre palabras cortadas y llorosas da la noticia. Ramoncito ha muerto. Su esposa frena con violencia su caminar. ¿Qué dices? Tratando de mostrar una voz ecuánime y un tono más fuerte, se levanta del sillón. ¡Murió Ramoncito, en brazos de su esposa! Ella se para en la duda… ¿Esposa? Él la acompaña en el remolino de confusión. Seguro lo del viaje a Argentina para estudiar, era mentira y se fugó para casarse. La madre siente como su corazón se rompe y cae su cuerpo como el muro de Berlín.
En el teléfono, aquella voz extraña cual disco rayado repetía: ¡Che! ¡Che! ¡Che!
La puerta principal de la casa golpea violentamente la pared de la antesala.
– ¡Sorpresa!
Las órbitas de los ojos de Ramón padre crecen caóticamente. Su cuerpo se desploma sobre su mujer.
– ¡Papá! ¡Mamá! ¡Ayuda! ¡Alguien que llame al 911!