¡Quince años! Así sonó el eco en su mente mientras el mallete golpeaba con furia contra la madera. Quince años, con posibilidad de salir en ocho por buen comportamiento. Jesús movía su cuerpo por inercia al ser escoltado por la policía. Se mantenía absorto y en su mente ahora escuchaba a su madre… ¡Tienes que dejar ir esas emociones violentas! ¡Busca ayuda! ¡No tienes que ser igual a tu padre, puedes ser mucho mejor! ¡No sigas el ejemplo de tu padre! ¡Hubiera preferido enviarte en pedazos al cielo y no entero al infierno, pero ahora ya es muy tarde! ¡Limpia tu alma! Limpia tu alma… Sus ojos vidriosos empezaban de nuevo a gotear. La psicóloga de la cárcel, le pregunta muchas cosas más para evaluar si estaba listo para reinsertarse en la sociedad. Y Jesús llora desconsoladamente, mientras le confiesa su arrepentimiento por haber sido tan rebelde y poner oídos sordos a los consejos de su madre. En su adolescencia había torcido el camino y sus amigos, esos que llamó hermanos del alma, no movieron un dedo cuando fue inculpado por algo que no hizo. Solo estaba en el lugar equivocado, con personas todavía menos adecuadas.

Jesús había perdido a su madre mientras estaba en prisión. No pudo decirle lo valioso que fueron sus consejos y ya no los tendría más. La vida cambia con cada decisión. Mamá lo sabía y no lo supo ver.