De todos los misterios de la vida, el más indescifrable es el cuerpo de la mujer y cómo logra su orgasmo. Eso lo sabía Letty no solo por lo que había escuchado hace unos años en algún que otro documental, sino que también por lo que había vivido desde que Angelique se había cruzado en su camino.
La curiosidad mató al gato, o mejor dicho a la gata, que se creyó pantera y se dio cuenta que había entrado en aquel juego solo para ser presa. Presa de sus miedos, que iniciarían esa noche. Presa de los prejuicios, que la acompañarían a partir de ese momento. Presa de ese amor, que no sabía cómo había crecido tan pronto. Presa del deseo, que era incontrolable cada vez que sentía el calor de sus labios abrazar los espacios de su piel.
Tenía miedo de que la rutina matara todo lo que habían construido en estos años. Protestaba en silencio cuando por alguna razón Angelique quedaba cansada y rendida en sus brazos, que se encendían como hoguera con el roce de aquella piel.
¡Hazme el amor! Imploró o acaso, ordenó… No quiero que el fuego se apague entre nosotras…
Angelique que estaba algo aperezada, empezó a rozar los pezones de Letty como sabía que le enloquecía. Sus bocas se fundieron como metales al rojo vivo y sus cuerpos empezaron a danzar al son de los gemidos, quejidos y respiraciones alteradas.
Ambas se sentían más allá de los cuerpos. Energía, compenetración…
Los dedos de Letty buscaron con desesperación la vulva húmeda y deseosa de esa mujer que amaba con pasión y locura. Se adentraron en aquella cueva, cual exploradores de mina en busca de tesoros.
¡Ay Dios! Es increíble sentir sus besos. Solo ella me enciende así con el juego de su lengua, con los movimientos de sus dedos en mis pezones. Está demasiado húmeda, eso me excita tantísimo. Su cuerpo, sus movimientos; excitación, descontrol. Ya casi me vengo. Todavía no entiendo cómo lo logra, sin siquiera tocarme la vulva.
Ambas, explotaron en placer. Cada una a su estilo, cada una con su misterio.