En esta noche el cielo gotea soledad. Las estrellas destellan tristeza.
Soledad. Tristeza. Siento que tenemos un antiguo pacto de vidas pasadas. No importa donde yo vaya, son mi sombra. Aún incluso en esta noche oscura, les veo caminar en este trillo a mi lado. Mis compañeras. Mi refugio. Una carga mi sonrisa. La otra mi esperanza.
Lluvia. Oscuridad. En este hoyo negro invisible, he perdido lo imperdible. No queda nada ni dentro ni fuera de mí. Vacío… Primero, me perdí a mí misma. Después, los sueños y metas. Ayer, mi madre murió. Al ver su cadáver inerte boca abajo en la cama, ausente de vida, comprendí que ya no quedaba nada para mí en esta Tierra.
Camino con caminar cansado. La tierra se aprovecha y me tumba en sus entrañas una y otra vez. Regreso al pueblo. Sin trabajo. Sin ánimos. Sin familia. La montaña me escupe contra los paredones, haciendo infinita esta broma de vivir. Burlándose de lo que queda de mí. Extendiendo mi agonía, cuando podría aliviarme en el fondo del guindo. Lodo. Oscuridad.
Finalmente, siento la guía del terreno bajo mis pies indicarme que pronto llegaré a esa casa oscura, lúgubre. Ella me espera para recordarme el desperdicio de mi existencia. Para mostrarme como espejismos lo infame que ha sido mi vida. Mis botas de hule pesan, llevan una colección de barro. Pesan, bastante menos de lo que pesa mi alma. Cruzo la antesala y llego a su cuarto. Doy un paso. Resbalo. El aire me empuja de cabeza contra esa cama que todavía respira su último aliento. Caigo. Esperando que mi fin sea igual al de ella. Soledad. Tristeza.